Interrumpo mi serie de películas de la Homoteca para contaros cómo me siento.
Anoche estuve viendo el especial de “Cuéntame cómo pasó”, en TVE, que me encanta, y estuve pensando. Pensando en mil cosas. Mientras escuchaba a las personas mayores que hablaban y daban sus testimonios sobre la Guerra Civil española, me emocionaba. Y lloraba porque mientras contaban sus “batallitas” (comúnmente así llamadas por aquellos a los que les interesa tres cominos lo que cuente la gente mayor), me acordaba de todo lo que mi abuela ha ido contándome a lo largo de toda mi vida para que llegado el punto donde realmente tuviera edad y conocimiento suficiente, entendiera ciertas cosas, y no me lamentara por banalidades. Y lloraba porque todas las personas mayores que salían hablando tienen nietos, y estoy segura, de que también les han contado esas historias de sus vidas, que todo nieto, con dos dedos de frente, quiere que sus abuelos le cuenten.
Hablaban de la guerra. Pero de las batallas que tuvieron que librar después de que ésta acabara, cuando lo peor era lo que afloraba. Lloro mientras escribo esto porque de verdad siento todo lo que dicen. Hablaban de la nula higiene, de las cartillas de racionamiento, del estraperlo. Hablaban de que trabajaban como animales, que trabajaban de lo que podían, de que algunos de ellos tenían suerte si les dejaban ir a la escuela hasta los once años. Hablaban de que tenían que comprar y vender ilegalmente, que tenían que ser piratas, pero piratas de la vida. Contaban cosas crudas, una realidad. Decían que no sabían leer, ni contar, ni escribir, y que aquellos que sabían solamente escribir su nombre les daba vergüenza continuar escribiendo por si se equivocaban. Y me emocioné al oír contar a una señora, muy orgullosa y con razón, que estaba muy contenta de llevar quince años en una escuela de adultos para poder ahora aprender y saber todo lo que en su infancia (si es que puede llamarse así a las épocas que vivieron) no había podido. Que te veían por la calle y te señalaban y criticaban abiertamente por ser “hija de rojo”, y aún me emocioné más cuando esta otra señora lloraba recordándolo.
Hablaban de la poca información, del cautiverio cultural al que se vieron sometidos, de la incapacidad de conocimiento de las cosas y fenómenos que les rodeaban. Las señoras contaban episodios acerca de las mujeres: la homosexualidad femenina, la menstruación, el aborto, la vida sexual. Barbaridades. Las hijas no podían (ni sabían) preguntar, las madres no querían contestar siquiera. La vergüenza, lo desconocido, los tabúes lo hacían todo más difícil incluso. Parían en casa, y eran duras, duras como una roca, física y emocionalmente. Había quien contaba que ella misma sacaba a sus hijos, que ni siquiera tenía partera (comadrona), y eso es duro, señores, parir sola debe ser muy duro. Porque no sólo parías sola (ya que tu marido trabajaba o estaba de fiesta celebrando que ibas a dar a luz), sino que parías sola en esa época.
De muñecas, cocinitas, coches o disfraces, ni hablar. Jugaban con lo que podían: palos, piedras, tizas, ellos mismos (¿quién no ha oído hablar de “Churro, mediamanga, mangotero”?), el parchís, las cartas, canicas, petanca, la oca, el bingo, la peonza, las chapas, los chinos… pero sobre todo jugaban con una cosa: la imaginación. Ésa que a los niños de ahora (y me refiero a las generaciones posteriores), no les enseñan a usar.
Hablaban de la emigración, y recordaba a mi abuela, a mi tío, y a mi madre sobre todo, contar cosas de mi abuelo, anécdotas, historias, leerme sus cartas… contarme la vida de un abuelo al que nunca conocí, aunque él sí a mí. Y cada vez que mi abuela me dice “ojalá te viera tu abuelo ahora mismo”, y son muchas las veces que lo dice, acompañado de un “qué orgulloso estaría de ti”, me emociono, y no me da ningún reparo decirlo, porque siento que de tanto que me han hablado de él, lo conozco. Es por eso que cuando oigo a otras personas quejarse de los inmigrantes que llegan a España buscando una vida mejor, me da un coraje terrible que ellos no se acuerden de que seguramente sus padres, y con toda convicción sus abuelos, también emigraron de sus países natales para encontrar un destino más acorde al que deseaban, y no se acuerdan de que probablemente, alguna vez en sus vidas les contaron las peripecias que pasaron en el país de destino, principalmente Francia y Alemania, una Alemania nazi en aquel tiempo, países completamente desconocidos para ellos, y también les quitaban el puesto de trabajo a los nativos porque eran mano de obra barata.
Y lloro de rabia, de infelicidad, al ver cómo esta gente luchó tanto para luego conseguir tan poco, lloro al ver cómo el país de mierda en el que vivimos, con una sociedad de mierda mande quien mande (y eso que ya sabéis cómo pienso), era un país más de mierda todavía, con una sociedad que ni tan siquiera lo era. El mandamás de turno los quería a todos. Formales, EspaÑoles, católicos practicantes, trabajando como mulas para poder sacar al país de la miseria. Aunque bueno, eso dicen. Lo que de verdad interesaba era tenerlos a todos controlados, no fuera a ser que alguien tuviera pensamiento propio, iniciara una revuelta, una revolución, y alguien más lo siguiera. Y para que eso no ocurriera, alguien dotó a los grises con fusiles y porras.
¿De verdad fue esa la España que alguien soñó algún día para sí? Vergüenza tendría que darnos. Deberíamos darles las gracias, aplaudir y enorgullecernos de aquellos que con sus vidas aunque ni lo imaginaran en aquel momento, ni lo crean ahora, hicieron del país en el que vivimos, uno al que podíamos adaptarnos y, al menos, sobrevivir.
Pero permitidme, por último, hacer alusión a, no dos como os he estado contando, sino a una generación anterior a la nuestra. A una generación que también vivió las represalias de querer ser libres, que luchó por los derechos que nos querían negar y que gracias a ellos tenemos en la actualidad, a esa generación que animó a todos cuantos había a su alrededor a dejarse la garganta tanto o más que ellos mismos en marchas a favor de la libertad de prensa, de expresión, contra la opresión política, la tiranía, las dictaduras. Aquella generación que se manifestaba en las calles pensando en el futuro y en los que vendrían, aquellos que por su cuenta tuvieron que aprender, a veces, a base de palos. Y, faltaría más, darles también las gracias. A personas como mi madre, que tuvo que ir en secreto a casa de un profesor, junto a un grupo pequeño de amigos, a que les enseñara valenciano (mi lengua materna, por supuesto) porque además de ser ilegal, estaba mal visto en la calle, pero ella quería, porque al fin y al cabo, era valenciana. A tantas otras madres por los derechos de la mujer, a tantos otros padres, en general, por acabar con gran parte de la ignorancia de generaciones posteriores.
Desigualdad, injusticia, hambre, miseria… todo ello contado en una hora de documental, pero que contiene recuerdos de toda una generación. Un pequeño porcentaje de todos los testimonios habidos de la época, pero desde luego, valiosos. Todas estas personas completaron, en su momento, un capítulo de la historia de nuestras vidas.
En la foto, el bombardeo de Guernica.
1 comentario:
Una reflexión emotiva y profunda. Ya tenía ganas de que escribieras algo así.
Estoy totalmente de acuerdo contigo. No obstante, olvidas algo que a los que somos católicos nos importa mucho:
Las autoridades republicanas (antes de la guerra) no hicieron nada por impedir la quema de iglesias, el espolio de conventos y el asesinato insdiscriminado de religiosos y religiosas.
Esto, también hizo sufrir mucho...
Por fortuna, tú y yo hemos nacido y vivimos en democracia. Y, aunque a veces deje mucho que desear, ¡bendita sea!.
Un besito.
José Manuel Llavero
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