…eso es lo que doy, una imagen totalmente equivocada. Hay quien me llama “pija materialista” y hay quien me llama “gótica”. Que se aclaren, porque ni tengo un estilo ni tengo otro. Como poca gente (por desgracia), yo, afortunadamente, tengo estilo propio. Que no quiere decir, ni mucho menos, que alguien quiera imitarme. Y ni ganas, por supuesto…
Y es que estar en el pueblo de mis primas me ha hecho reflexionar. Ante todo, me he dado cuenta de que no soy “la que se lió con tal”, sino que tengo un nombre, el mío. Que la gente, si me conoce, no es porque en fiestas de julio pasara el último día con uno de los “festeros”, y tampoco por ser la prima de las gemelas, aunque en un principio para la gente así lo fuera. Ahora es cuando me siento YO.
También me ha hecho darme cuenta de la falta que me hacía aclararme las ideas, refrescarlas en la fría piscina municipal y renovar y ordenar ese “cajón desastre” que tengo en la mente. He sabido, después de unos días de pasarlo terriblemente mal por su culpa, disfrutar de los dos últimos días sin preocupaciones, y saber ahí a ciencia cierta que, cuanto menos caso haces a alguien, más caso te hacen a ti.
Por otra parte, he aprendido a no depender económicamente de nadie (claro que mi madre ponía la pasta, pero yo me administraba), pero yo creo que lo más importante ha sido el haber conocido a todas esas personas a las que ahora considero amigos. Entre ellos, cuatro que han tenido palabras de ánimo, de alegría, de consuelo, de cariño… en cada momento en que las necesité, unos hombros sobre los que llorar a los que estaré siempre agradecida por todo lo que han hecho estas fiestas por mí. A todos ellos, os quiero.
Pero el caso es que, además, allí he aprendido a que las opiniones crueles de los demás me entren por un oído y me salgan por el otro. Porque sí, había una cosa en que apoyaba a esa gente, y es que yo también me lo pregunto aunque estoy súper satisfecha conmigo misma en ese sentido: ¿Qué hacía un chica vestida con falda vaquera, camisita rosita y blanca y zapatos blancos en un mini-concierto de rock (Ska-P) en el que se sabía parte de algunas canciones en valenciano… y llevando a Velvet Revolver, Bon Jovi o Queen (entre otros) en el mp3? Por suerte, varío mucho, me gusta todo y me adapto fácilmente. Desde luego, mi imagen no va, en absoluto, ¡con mi forma de pensar! Y eso he sabido demostrarlo en las noches de discomóvil, de orquestas… bailo y canto cualquier cosa, y me gusta.
Aunque, volviendo a lo de antes, me he dado cuenta de que para los demás ya no soy una extraña, de una manera un tanto… “rara”… Un chupito, una silla de más en el restaurante, un “¿Me dejas pasar, Piru?”, un “Cuando vayas a beber, me avisas, Piru, no te vayas sin mí”… sí, igual parece absurdo, pero para mí significó algo… algo que no estaba ahí en julio y, ni mucho menos, en mayo. A ver si ahora va a resultar que sí soy una pija materialista… en fin, que me da igual.
Así que hablando de las fiestas… nada, que me lo pasé de lujo. Reí, canté, bailé, conocí a un montón de gente, vi cómo las personas cambian sin más, disfruté de lo lindo, la verdad. Estuve viendo las entradas de vaquillas y las vacas sueltas, toros salvajes… y por primera vez en mi vida, vi toros “embolaos”. La verdad es que a mí, el espectáculo no me gustó. Sufrí un montón viendo como los amigos de mis primas corrían delante de los animales y cómo mi primo se atrevía a plantarles cara a las vacas… (tenían unos cuernos que daban escalofríos…). Así que lo que yo hacía muchas veces, para no sufrir tanto y no comerme el tarro, era taparme la cara con las manos… una solución rápida y eficaz, por muy de niños que sea.
Y han venido muchas orquestas y dúos, aunque nadie como mis dioses, La Tribu, con Jose y Ángel, los mejores. ¡Son un cielo y un encanto! Ellos sí que sabían qué canciones nos molaban y supieron dar un magnífico espectáculo encima (¡y debajo!) del escenario.
Fuimos varias veces a la piscina, donde la primera vez acabé bajo la ducha vestida con ropa de calle… sí, el muchacho no tenía nada mejor que hacer que meterme bajo el chorro de agua porque no podía tirarme a la piscina vestida (no se lo permitió el socorrista, ¡jaja!). Otra de las veces me tiré yo por “motus propio”, con pantalones piratas y camiseta (llevaba bajo el bikini pero no me dejaron quitarme la ropa de encima), y la última vez que fui, solamente vi bañase a la gente: hacía frío (eran las siete y cuarto de la mañana), era el último día y yo llevaba un sofoco de los que hacen historia, si me bañaba era en ropa interior (como todos, pero no me daba la gana), y estaba una persona que no me hacía gracias, así que dije que no porque llevaba el móvil encima, cosa que era cierta, pero que si yo hubiera querido, se lo habría podido dejar a alguien… pero esa no era la cuestión.
A parte, aprendí que sé llorar por un chico, aunque ese chico no mereciese las lágrimas, porque, podría decir que es un capullo, pero tampoco lo siento así… porque no me dijo, en absoluto, que no quería nada conmigo… más que nada porque lo único que tuve de él estas fiestas fue un “hola” algo soso el primer día, que fue cuando noté que algo no iba demasiado bien… porque, aunque tuviera la amabilidad y el tacto de no decirme que no quería nada conmigo, ni de ir publicándolo a los cuatro vientos (ninguno de sus amigos lo sabe), nunca paras de mirar atrás y darle vueltas al asunto y pensar “Jo, con lo bien que nos lo pasamos el último día de fiestas de julio y cómo disfrutamos y míranos ahora… ¿Qué ha ocurrido para que todo haya cambiado tan de repente? Hace dos semanas nos estábamos besando y ahora, sea por vergüenza, timidez o cabezonería, no nos decimos nada, ni siquiera nos acercamos para bailar…”.
Si es que ya me lo decía yo para concienciarme, “No te puede gustar, para ti no es más que un amigo, lo que ha pasado no significa nada, olvídate, ¡sé una cualquiera por una vez en tu vida…!”. Pero ni sé serlo, ni quiero. Y tampoco sé olvidar tan fácilmente, y tampoco quiero hacerlo… Aunque creo que ese bache ya lo tengo superado. Claro que, sin ayuda me hubiera sido imposible. La persona que más me soportó fue Manu, al que desde aquí mando un beso enorme, incomparable con toda la gratitud que siento y todo lo que lo quiero. También estuvo ahí mi prima para lo que necesité, y no me olvido de aquellos amigos que hice y que también me consolaron en alguna ocasión.
Tampoco es cosa de olvidar la llamada de Isaac un buen día por la noche. En ese momento también cogí una buena llorera, pero de la emoción. Logró emocionarme con sus palabras tan bonitas y, sobre todo, con la buena nueva de que la chica que me hizo pasar dos o tres noches en vela, ya está bien y que todo en la operación salió perfecto. Ya saben, él y su familia, que desde España tienen alguien que los ama, que siempre estará ahí para lo que necesiten. Isaac, cielo, ¡te quiero mucho!
Para acabar, nada, decir que creo que no me queda nada por contar y por recordar. Pedir disculpas por este post tan sumamente largo y agradecer a la gente que sigue el blog que lo hagan crecer poco a poco y que lo visiten.
Nada más, ¡hasta el próximo post!